8 de mayo de 2013

El inflador y la teta.







































La pelota estaba desinflada. Según sabíamos por decir de Norma, si la pelota no rebota dejándola caer con el brazo extendido a la altura del hombro hasta encima de la cintura no sirve. Es decir, sirve para miles de cosas pero no para jugar al basket. Si es esto basket, si esto que hacemos todos los miércoles primeros de mes es basket, bueno, si es eso, la pelota no servía para el asunto.
Ya bastante difícil había sido prender las luces del patio del Club Montañés como para suponer que iban a tener un inflador y un pico. Por que un inflador puede tener cualquiera, pero un pico, un pico es siempre lo que falta. En las casas de deportes, en las estaciones de servicios, en los colegios, en las secretarías de las iglesias, en las casas de familias, son lo que faltan, infladores diría que sobran pero picos pocas veces hay, por no decir nunca.
Pero Matías fue a buscar, por que a veces Matías es práctico, directo y activo. Resoluto. A veces Matías es resoluto. Se mandó al restaurante del Montañés a buscar el inflador y el pico. Sin distinción, sin pensar que iba a encontrar probablemente un inflador o que al menos era esperable, sin pensar que lo del pico era imposible. Ahí fue Matías. Resoluto. Y volvió al poco rato, revoleando el inflador y el pico colgante. Haciendo movimientos pélvicos, contoneándose rítmicamente con el inflador entre las piernas, muñequeando a lo largo de todo el conducto inflativo sensualmente. Riéndose. Tremendas carcajadas festejaban sus pornográficas ocurrencias.
Yo pensé y pienso que además de resoluto Matías es un liberal al que las circunstancias lo transformaron en padre y abogado. Pensé que si no fuera por las circunstancias que son más que nada geográficas y temporales, Matías podría haber dirigido un circo o una casa de burlesque. Pero finalmente resulto de otra forma y el insinúa su otra vida, real aunque no fue, con pequeñas exageraciones los miércoles y seguramente en otros lados de los que yo no me entero, a no ser que me lo cuente, cosa que a veces pasa.
Inflamos la pelota, jugamos y perdimos, entre otras cosas. Perdí yo, ganó Matías. Y ganaron también Mauro y Norma. Perdimos Javier y los dos Ignacios. Ganó el Negro y perdió el Negro. Y ganó Lucas y perdió Mario. Y ganó el Gallo que llegó tarde, un poco después del Tresqui que no perdió ni jugó pero se quedo dormido, mientras el Gallo contaba una historia en la mesa del restaurante del Montañés, después de jugar y ducharnos.
Lo de la ducha fue complejo, no había agua en el baño de hombre, pero si había, pero poca, en el baño de mujeres. Dos fuimos al baño de hombres, el resto al baño de mujeres, menos el Negro que subía y bajaba de un baño a otro contando las novedades sobre los cambios en la presión de agua en uno y otro baño. Eufórico y riéndose nos contaba: "Hay agua arriba" "No hay más" "Abajo hay" "A no no". El Negro no viene mucho al basket y todo le resulta novedoso y simpático.
El Negro, Norma y Nacho V. sabían y nos contaron bastante, en la mesa, sobre la historia de la ya no existente Casa Tía del Colorado Colombiano Ella o Vos Francisco de Narvaez. Aparentemente más allá de la infundada teoría popular de no se que relación de Casa Tía con organizaciones Israelitas, Pancho habría traído de Checoslovaquia la franquicia del otrora súper. El Supermercado se llamaba TETA, y El Negro, que sabe distinguir una buena idea apenas la ve, dijo que el gran hallazgo del colorado fue cambiarle el nombre. Aparentemente habría habido problemas de algún índole si le ponían Casa Teta al negocio. Un cerebro.
Hablamos de cumpleaños, de los que pasaron y de los que van a venir. Norma se sentó un rato en una mesa medio lejana para evaluar si el resto de los comensales del restaurante escuchaban nuestras conversaciones a los gritos, y resultó que si.
Hacia el final, un viejo de otra mesa que podría llegar a haber sido uno de nosotros en el futuro, nos dejó un mensaje de lo más críptico, que no escuché bien y al que nadie le dio la más mínima importancia.

Solo eso.